jueves, 24 de noviembre de 2016

Somos esclavos de nuestras palabras, todo lo que hemos dicho o escrito nos persigue para siempre, no existen los arrepentimientos, los cambios de opinión, los cambios en general. Hay cosas que se modifican, si, pero no cambia nuestra esencia, los impulsos primarios, los primeros pensamientos son siempre iguales, los segundos son auto-engaños, la negación del ser, de lo malo de este, creemos que somos buenos, por fuerza necesitamos convencernos de ello, es más fácil vivir así, encarar al mundo, a los otros, pero esa no es la realidad, ese es nuestro intento de convivencia, de civilidad. Algunos si son buenos, algunos tienen la suerte de que este en su ser, en su corazón, son afortunados, y esa bondad es fácilmente visible, resplandecen, incluso ciegan un poco, embrutecen a los que no lo somos, nos hacen creer en nuestra bondad fingida, no es difícil, nacemos y crecemos queriendo creer en ella, montamos todo un teatro de nuestras vidas, pero nunca es verdad, simplemente no lo es, y... la verdad pesa, la verdad es difícil de acarrear, de ocultar, de mantener en las sombras. Las grietas lo empiezan a hundir a uno, te pudres por dentro, todo va mal, el auto-desprecio se convierte en odio, porque no puedes cambiar, porque siguen allí esos pensamientos, sigue allí tu ser, tu desagradable, asqueroso y rastrero ser, sigues ahí, agazapado, ocupando un espacio que pudo ser mejor llenado por otros que si lo valían, que si tenían futuro, que hacían felices a los demás, que tenían un propósito en esta vida y en cambio estas tú, tú, tú.

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